Las noticias en Europa y Estados Unidos siguen insistiendo en la cuestión de la seguridad, como si el problema principal fuera el mantenimiento del orden público. De hecho, este argumento ha servido para justificar la militarización de la sociedad haitiana, poniéndola bajo el control del ejército estadounidense, cuyo contingente pronto llegará a los 20.000 –y muy pocos de ellos están por sus conocimientos o experiencia en materia de distribución de la ayuda humanitaria-. Asumir el control del aeropuerto e imponer un bloqueo naval representan actos de ocupación. Los haitianos reconocerán su parecido a la llegada de los Marines a la isla en 1915 (su presencia justificada, también en aquella ocasión, por la necesidad de mantener el orden) o con la presencia de tropas estadounidenses y cascos azules de las Naciones Unidas bajo mando brasileño, cuyo papel a partir de 2006 resultó ser la represión de las protestas populares.
Si el fin de la ocupación de Haiti (y Cuba y Puerto Rico y Nicaragua) a principios del siglo XX era asegurar el control de Estados Unidos sobre su “patio trasero”, hay pruebas poderosas de que su objetivo a principios del XXI sigue siendo el mismo. El golpe de Honduras, la extensión de las bases militares en Colombia y ahora Haití nos remontan al la preocupación expresada por Obama durante su campaña electoral de que “estamos en peligro de perder América Latina”. Y encaja además con los intereses económicos del imperio en la región y en Haití en particular. Siguen faltando agua y alimentos, sin embargo algunas fábricas en las Zonas de Procesamientos de Exportaciones donde laboran los haitianos en condiciones ínfimas produciendo franelas para Disney, entre otros, lograron poner en marcha sus máquinas. Mientras tanto, en las zonas donde viven los trabajadores y donde hoy sobreviven en carpas o bajo toldos de plástico no hay electricidad.
Más siniestro aún, un comité de acreedores ya se reunió para preparar la “reconstrucción” del país, proceso cuyos resultados ya vimos en el caso de Iraq y Nueva Orleans, cuya población negra pobre, víctimas del huracán Katrina, sigue viviendo en caravanas y carpas desparramadas por el país mientras la ciudad renace con urbanizaciones y centros de turismo. El modelo se ve ya en acción en las playas de lujo del norte de Haití creadas por inversores estadounidenses. Y cuando Ban Ki Moon, Secretario General de las Naciones Unidas apareció en rueda de prensa en Haiti junto con Bill Clinton en abril de 2009, su recomendación conjunta era aumentar la cantidad de zonas de procesamiento de exportaciones, reforzando el papel de Haití como proveedora de mano de obra barata para el mercado de EEUU. ¿Es ésta la reconstrucción que tienen pensada para Haití sus acreedores, completando así la devastación que sufrió su pueblo el 12 de enero?
¿Por qué se ha obstaculizado la ayuda venezolana? ¿Por qué no se ha respondido a las ofertas de ayuda de las demás naciones caribeñas a través de CARICOM? Está claro que el gobierno de Estados Unidos está controlando Haiti para asegurar el dominio de sus intereses en el proceso de reconstrucción. Pero existe una alternaiva a canalizar los fondos y recursos a través de agencias bajo la administración directa o indirecta de Estados Unidos. El papel de las ONG en Haití, que controlaban el 80% de los recursos que llegaban a Haití aun antes del terremoto, ha sido muy desigual y poco claro. Si va a nacer un nuevo Haití, tiene que ser más democrático, más transparente y organizado en beneficio de sus mayorías. Y esto se determinará ahora mismo, incluso antes de que se hayan despejado los escombros. Las organizaciones comunitarias de base que han sostenido al pueblo de Haití tanto antes como después del desastre de enero deben tener el papel clave a la hora de determinar dónde y cómo se distribuyen los recursos. Y la forma en que se emplean los fondos donados con amor y simpatía por millones de personas de todo el mundo tiene que ser igualmente transparente, lo debemos exigir. Los gobiernos, por su lado, han sido mucho más generosos, ante la escala de los daños. Pero para Haiti sería una doble tragedia si lo que emerge de las ruinas resulta ser otra versión de la misma sociedad desigual e injusta que cayó en pedazos ese terrible día de enero.
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