Ascendido a general de brigada en 1967 y a general de división en 1970, para comienzos de la década de los setenta Rodríguez estaba ya considerado la segunda persona del régimen. En 1981 consolidó esta posición con su nombramiento como comandante del poderoso I Cuerpo de Ejercito, culminando una serie de promociones y regalías otorgadas por su consuegro para que, como esperaba de otros generales, no se metiera en política. Así, Rodríguez, mientras cumplía el encargo de manifestar públicamente la fidelidad de las Fuerzas Armadas a Stroessner, fue amasando una fortuna, se asegura que fabulosa, como propietario de vastas ganaderías, empresas de construcción, textiles y alimentación, la cervecera Munich, que funcionaba como un verdadero monopolio, un aeródromo y la especialmente lucrativa red de casas de Cambio de Moneda Guaraní. Este patrimonio, quizá el mayor del país y entre los mayores de Sudamérica, era fruto, obviamente, de los privilegios que brindaban el usufructo del poder y el modelo de economía estatista en ausencia de un libre mercado. Pero también estaba ligado al contrabando de mercadería ilegal y, de ser ciertas las investigaciones conducidas por medios de comunicación de Estados Unidos en 1974, a turbios manejos en el mundo de la droga. La imputación no dejaba de cuadrar con la naturaleza corrupta y delictiva del régimen stroessnerista, bajo cuya protección medraron todo tipo de tramas del tráfico de productos de lujo y narcóticos. Más aún, el propio Gobierno de Estados Unidos acusó a Rodríguez de ser el jefe del llamado cártel del Paraguay y de proteger a las bandas de narcotraficantes que operaban en ese país. El general rechazó las acusaciones y denunció a su vez a la Embajada de Estados Unidos en Asunción por alentar la "subversión política" con sus contactos con los dirigentes de la oposición paraguaya.
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